En los pueblos y en las grandes ciudades, son el lugar donde los vecinos se reúnen de manera natural. Hay críos correteando por todas partes. Los viejos se sientan en los bancos, en el frescor de los árboles en verano o bajo el solecito tibio de los meses fríos, y observan los juegos de los niños, el paso rápido de quienes llevan prisa o el caminar disfrutón de los afortunados que gozan de tiempo libre. Las gentes se cruzan y charlan un rato, o quedan junto a la fuente. Cuando oscurece comienzan a invadirla las parejas de novios, haciéndose arrumacos, dejando en la corteza de los árboles un corazón con sus nombres.
Así son las plazas. Espacios de encuentro y breve reposo en medio del ajetreo del día.
Pero los urbanistas y los políticos contemporáneos han ideado la nuevas plazas a las que llaman plazas duras. Espacios totalmente asfaltados, pétreos, sin sombras ni árboles ni flores. Ni siquiera bancos. Dicen que son lugares de paso, no lugares de reunión, descanso o botellón.
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