Antes tenía ilusión por ahorrar para algún capricho como,
por ejemplo, irnos los cuatro una semanita de vacaciones de verano al camping mas
cercano, ahora, en cambio, me doy por satisfecha si logró pagar las facturas de
la luz, gas, agua, etc. Nuestra inteligencia se siente insultada. No solo
debemos soportar un sentimiento de culpabilidad eterno por haber vivido, supuestamente, por encima de nuestras posibilidades, sino que
ahora debemos sentirnos amparados por
el derecho a fracasar.
No obstante, la estrategia de nuestros gobernantes parece no
funcionar, pues todo sentimiento de culpabilidad o fracaso se olvida en cuanto
asistimos al desfile diario de corruptos, caraduras y personajes oscuros que
contagian y pudren toda la vida política española, restándole credibilidad y respaldo
moral.
El fracaso es de otros. El fracaso es de quien no ha tenido
la suficiente profesionalidad como para gestionar de forma eficiente los
recursos públicos; de quien no ha puesto en marcha los mecanismos de
supervisión necesarios para evitar un excesivo endeudamiento público y
privado; de quien no cuenta con la
ética adecuada y aprovecha su posición para enriquecerse; de quien legisla a
golpe de decreto de ley, creando un abanico infinito de normas cortoplacistas
que nos sumen en la más profunda
inseguridad jurídica; y por último, de
quien se resiste a que desaparezcan determinadas prebendas y privilegios.
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