Si no quieres armarla y
enemistarte con todo el mundo nunca, nunca, nunca te metas con John Lennon.
¡Ah, sí! Ni con la religión.
Ser ateo o creyente es una
elección personal. Y ante todo lo que practico es el respeto hacia las creencias de todos los ciudadanos, crean o no crean
A riesgo de perder amigos voy a
hablar de cómo me di cuenta poco a poco de que esto de las religiones no era
para mi. Como la mayoría de españoles, nací en familia católica, apostólica,
romana y aficionada a reuniones multitudinarias con tío graciosillo, tío
enrollado con pendiente y tía bailarina exótica. Y mi familia devota de una
virgen determinada. Así que durante una buena época, llevé una medalla. De la
virgen de la Guía. Este abalorio procedía de mis abuelos paternos, los cuales,
además de religiosos, habían tenido la suerte de vivir en La Guía. Y digo
suerte, porque es un pueblo apañado, con una iglesia apañada. Pero yo era una
niña pequeña y tampoco me planteaba mucho aquello de la religión. Dios existe,
es un señor simpático y mis tebeos del Antiguo Testamento daban para numerosas
horas de acción y efectos especiales.
Más tarde, hice la primera
comunión en otra sucursal, quiero decir, iglesia. Como todos los niños, lo
único que me interesaba eran los regalos. Mientras estaba en misa pensaba que
toda esa repetición era muy poco interesante, y que el único momento realmente
religioso no era la comunión ni el rezar. Era el darse la paz. Porque con
suerte te tocaba algún niño guapo cerca.
La cosa siguió por los caminos
usuales para cualquier niño camino de la adolescencia. El ir a la iglesia era
una perspectiva terrorífica. Estaba siempre acojonada con confesar la cantidad
tremenda de veces que me saltaba la misa, así como la cantidad realmente
absurda de veces que cometía actos impuros. Pero no me preocupaba el ir al
infierno. Era que el cura me echara la reprimenda. Así que tomé la solución más
sencilla: ¡se iba a confesar Armstrong!
Con el instituto llegó el tiempo
de empezar a pensar un poco. Mi primer rechazo fue a la Iglesia como
institución, por culpa de las clases de historia, que te hablaba de las usuales
barrabasadas del cristianismo a lo largo de las eras. Básicamente, pasé a una
postura de ‘Cristo parecía un señor interesante, pero todo lo que vino después
fue una mierda’. Algo que sigo pensando.
Pero yo seguía dándole vueltas a
todo. Mi madre me había convencido de que lo realmente importante era la
filosofía de Jesús. Que las cosas que se hicieron después eran cagadas de los
hombres. Por un tiempo, me quedé contenta con lo de ‘Amarás al prójimo como a
ti mismo’. Joer, eso sí que es una buena frase. Se puede aplicar a todas las
decisiones vitales. No es que Jesús fuera el pensador más profundo de la
historia, pero al menos dijo las cosas claras. Pero por supuesto, había un
problema. Pero… ¿qué era eso que iba antes? ¿Eso de ‘Amarás a dios sobre todas
las cosas’? ¿Pero no quedamos que la soberbia es pecado?
En aquella época, nadie supo
contestarme. Más bien me encontraba con un ‘tú eres demasiado pequeña para
entender estas cosas’. Los caminos del Señor son inescrutables. Más adelante,
empecé a ver cómo la gente intentaba salir al paso alegando que ‘Amar a Dios’
es algo así como una metáfora de ‘Amar a la creación’, pero yo no me lo
tragaba. ¡Si lo que me gustaba de Cristo era que dijo las cosas claras!.
Así que pasé a una postura
confusamente deísta, alternando con un proto-agnosticismo, palabra que descubrí
gracias a El Perich. En su obra maestra ‘De la nada a la miseria’, el genio
catalán declaraba: ‘¿Qué diferencia a un agnóstico de un ateo? Pues que yo
estoy dispuesto a pedir disculpas’. Convertida ya en una descreída a los 16
años, todavía coqueteé un poco con temas religiosos debido a un profesor de
filosofía que básicamente nos daba clases de religión envueltas en Aristóteles
y un poco de clubdellospoetasmuertismo. Rápidamente le pillé el truco: cuando
se llegaba a un callejón sin salida en cualquier discusión teológica, sólo hay
que decir la palabra mágica. Que no es ni ‘Abracadabra’ ni ‘Bonus Life’ ni
‘Apitchapong’. Es ‘Fe’. En su momento,
y por iniciativa propia, leí toda la Biblia. El Antiguo y el Nuevo Testamento.
Y comprendí que es un libro que, al margen de lo que nos revele o cuente,
contiene una prosa hermosa y, en determinadas fases, una excelente literatura.
De manera que disfruté de esa lectura, como lo hago cuando leo un ensayo
histórico o una buena novela. Pero decidí interpretar el llamado libro sagrado
como un texto basado en las metáforas, incluyendo en éstas los diversos
milagros de Jesús de Nazareth en el Nuevo Testamento. Por lo demás, es un texto
que derrocha imaginación por doquier.
El tiempo pasó y, gradualmente,
la evidencia fue apilándose. Durante una época seguía haciéndome gracia el
panteísmo y los rollos new age. Sobre todo porque traían consigo
música celta, velas con olores agradables, piedra o ‘runas mágicas’. Pero nunca
me lo tomé en serio. Siempre me pareció que todo era una engañifa de gente que
piensa que algo, por ser viejo, ha de ser verdad.
Seguí con Judíos, Musulmanes,
Hinduistas... hasta los panteones Griegos, Romanos y Pre Hispánicos. Todo eso
me hizo ver que las religiones surgen, crecen y desaparecen al igual que las
culturas a las que están supeditadas.
En esto que la iglesia española
empezó a ponerse muy pesada. Su homofobia empezó a fastidiarme. Sus injerencias
políticas, a molestarme. Y sobre todo, esa afirmación de que, sin sus diez
mandamientos, no habría moralidad. Una estupidez. ¿Por qué esperó tanto tiempo
para hacerse escuchar y, con todo, sólo se lo comentó a un puñado de señores en
el desierto? ¿Y los pobres señores que adoraban a Zeus o a Odin? ¿Esos se
fastidian? Mi mente joven ya no pudo más y se declaró 100% catholic-free.
A pesar de todo esto aún me llevó
años aceptar el ateísmo que desde entonces se fue gestando dentro de mi. Aún
ahora, años después, a veces me veo diciendo cosas como dios nos libre, dios
mío o no quiera dios. Aunque siendo francos solo son expresiones sin ningún
fondo religioso. Y es que es difícil cambiar los vicios del lenguaje adquiridos
y usados por tantos años.
Hoy, aunque a mucha gente no le
parece mi ateísmo ya saben que sigo siendo la misma persona, igual de buena,
terca, curiosa, amable, que cree en la vida, la sociedad, la familia y el amor. Y creo que hay muchos valores humanos que se
pueden reivindicar, como la Ética, sin ser necesaria ninguna religión. El Amor
hacia el otro, el respeto, la generosidad, una buena dosis de humanidad
Algunos si me dejaron de hablar y
hay quienes no lo saben, porque tampoco voy por la vida diciendo: - Hola, me
llamo Marta y soy atea.
No os enfadéis conmigo por este
texto todos los lectores y amigos religiosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu Huella: