sábado, 22 de agosto de 2009

COMO SARDINAS EN LATA


Es increíble como las personas pueden acomodarse en espacios tan reducidos y, sobretodo, en espacios con tan poco oxígeno. Me preguntaba eso mientras un chico, muy alto y gordo, me apretaba con su trasero hacia la barra de aquella discoteca en la que caí. Mientras trataba de respirar el poco de oxigeno que dejaban las 300 personas que compartían conmigo aquel lugar, empezó a salir un humo blanco, tan blanco, que no me dejó ver absolutamente nada. Sentí mucho miedo y me sentí perdida en aquella momentánea ceguera blanca en la que estuvimos por 1 o 2 minutos. ¿Qué de divertido puede tener, estar en un lugar en el que no puedes moverte, respirar, hablar, caminar, ver? Lamentablemente, ninguna de las 300 personas que estaban bailando, cantando, saltando y gritando al lado mío, se preguntó eso. La música no dejaba ningún momento para escucharse, y cada nueva canción que sonaba, el griterío aumentaba y la masa eufórica movía sus alas y me apretaba fuertemente contra la barra.
Ya en la calle, respirando el contaminado pero fresco aire, caminamos y caminamos hasta cansarnos. Una buena botella de ron nos acompañó. La mejor cura para el dolor de garganta.
Quizás las personas que se quedaron, se divirtieron mucho. Yo nunca llegué a entender en donde estaba esa diversión apretada, sudorosa, chillona y asfixiante.
Puede ser la edad la que me haga opinar así, la que me haga preferir un lugar mas tranquilo, sin mucha bulla, pero escuchando lo que se habla al fin y al cabo.

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