lunes, 4 de febrero de 2013

Feny


Mi almohada con orejas creció en una casa en donde los animales no tenían cabida. Si debía haber mascotas nada como un pajarito, un pez o una tortuga. Animales lo suficientemente pequeños y que podían tener su propio hábitat dentro de un hábitat más grande y no deambular por la casa, así que ha tenido que mantenerme a raya (al menos lo intenta) para que no llene la casa de todo ser viviente que necesite de un hogar. Así  que en cuanto salió  por la puerta para irse de viaje, nos  fuimos corriendo la  peque, el adolescente y yo a la protectora más cercana a buscar a una víctima del desamor. En cuanto llegamos nos enseñaron varias camadas de  gatitos, todos preciosos. Era  imposible decidirse por alguno. Mientras  hablábamos con  la gente del refugio, se nos acercó una  bola de pelos,  temblorosa y juguetona, y empezó a juguetear  con mis uñas de los pies. Ella fue quien nos escogió. Era la última  que quedaba por adoptar en una de las camadas. No había tenido mucha suerte,  pues como la mayoría de los gatos albinos, es  sorda.
Y ahí empezó nuestra nueva aventura. Amante de los sillones, de las sillas, sus uñas están marcadas por todos lados, hasta el piso de madera. Ha luchado contra el adolescente por un pedazo de jamón. Duerme todo el día. A la mañana nos hace masajes en la espalda. Te levanta  a gritos para que le des de comer. Cuando se baña es tan amorosa que también te lava. Cuando se levanta de la siesta, hace dos pasos y se vuelve a tirar al piso. Es una loca por las bolsas y cajas. También le encanta jugar a que la espiamos por la pared y nos quiere atrapar  Ahora le ha dado por comerse una planta, se me ha hecho vegetariana y yo sin darme cuenta.
Se queda horas y horas mirando el infinito  y cuando encuentra  una pelusilla maúlla de manera angustiante y se tumba a su lado  como llorando por su amiga inerte.
Carreras alocadas de un lado a otro de la casa, saltos contra las paredes, persecuciones imaginarias, piruetas en el aire. El paso es veloz, su actitud alerta, inquisitiva. A las siete de la mañana, más o menos, se viene a dormir. Y así todos los días. Me preguntaba si se sentía prisionera, angustiada o qué. Hoy me he dado cuenta que es sólo un oficio: ella patrulla la casa contra fantasmas, malas vibraciones y extraterrestres. De aquí en adelante la llamaré la patrullera de la noche, la vigilante del amanecer.
Nuestra gata es una  guardiana mística

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